
Anteriormente publiqué la primera parte de esta historia que pueden leer aquí...
y la historia sigue así...
...La joven artesana se hallaba muy contenta de tener ahora una vitrina para exhibir sus creaciones. El abuelo animado por el espíritu empresarial propio de la familia tiempo atrás había mandado construir un cuartito hecho de blocks con techo de lámina pero con tablaroca por dentro en el que mandó instalar una estantería hecha en madera y a la medida con el fin de abrir una papelería o una mercería, pero si bien era un hombre muy trabajador no era en realidad un comerciante...ese era su hermano, el tío-abuelo. Así que el entusiasmo del abuelo por abrir este negocio pronto se vio opacado por su trabajo y el negocio nunca llegó a formarse y el cuartito seguía a la espera de ser ocupado. El tío-abuelo trabajaba con ahínco en la tortillería lidiando, cada día con más frecuencia, con problemas mecánicos de la máquina, inasistencias de los empleados y otros gajes del oficio. Aunque en el pasado el mercado de la tortilla estaba en manos de unos pocos empresarios pronto empezó a haber más y más. Ya no había tanto mercado y si un día la máquina se averiaba aún había que pagar a los empleados, etc. Sobrevivían quienes tenían al menos dos negocios pues si una máquina no servía enviaban producto de la otra. Así que, no sin tristeza, los dos hermanos tuvieron que aceptar que ya no podían seguir con el negocio y vendieron la tortillería. El abuelo tenía su empleo en una oficina gubernamental pero el tío-abuelo le había dado su vida a esta empresa y necesitaba algo nuevo que hacer. Así que como el Abuelo tenía contacto con productores de carbón, pronto el Tío-abuelo tenía un expendio de carbón vegetal ¿en dónde? pues sí, en el cuartito que iba a ser una papelería pues el local ocupado por la tortillería se lo habían rentado al nuevo propietario. Como ese invierno hizo mucho frío el negocio fue un éxito, pero pronto pasó factura al tío-abuelo que al aspirar el polvo del carbón empezó a enfermar lo que lo obligó a cerrar.
Mientras tanto la joven artesana había aceptado acompañar a una amiga a hacer una solicitud de empleo y presentar examen para un trabajo como secretaria en una institución del gobierno y cual no sería su sorpresa que fue a ella a quien llamaron para ocupar el puesto (su amiga no lo logró porque aún no era mayor de edad). Le resultó muy emocionante poner al fin en práctica lo que aprendió en la secundaria en el taller de taquimecanografía y más emocionante aún recibir un salario por primera vez. El horario del trabajo le permitiría contar con las tardes para llevar a cabo su trabajo como voluntaria pero...¿Quién atendería ahora la tiendita?. Se necesitaba alguien que gustara de las ventas y contara con tiempo ¡Pues sí, el tío-abuelo! Emocionados limpiaron los restos de carbón del cuartito e instalaron primero la vitrina que originalmente usaba la artesana y solo unos pocos días más tarde la otra pues al estar ahora más accesible al público las ventas mejoraron y también aumentó la demanda de nuevos productos.
En su trabajo la joven artesana ofrecía a sus compañeras todo lo que vendía: ropa, joyería de fantasía en catálogo, productos de belleza por catálogo, sus manualidades... hasta chorizo. Eso ayudó mucho a la familia ahora que ya no contaban con la entrada de dinero que antes les daba la tortillería y la renta del local de la misma pues el dueño optó por cambiarse de lugar. Al mismo tiempo las ventas de la tiendita servían para irla surtiendo pues recordarán que la artesana había empezado este negocio sin un quinto. Así que si bien no quedaba casi nada en efectivo el consuelo era que se estaba abasteciendo la tienda y poco a poco fue necesario instalar más repisas para acomodar la mercancía las cuales nuevamente el tío consiguió muy baratas de manos de un conocido.
Cada día la joven artesana ayudaba a su tío-abuelo a limpiar el negocio, surtir la mercancía, poner los precios, pero sus otras ocupaciones hicieron que cada vez fuera menos el tiempo real que pasaba en la tiendita, los vecinos de hecho la conocían como la tienda de "Don L..." El Tío-abuelo. Él era el protagonista y disfrutaba su papel y su sobrina-nieta también, pues sabía que era el estar activo y contento haciendo lo que le gustaba lo que lo mantenía tan sano a su avanzada edad. Así que el que el Tío-Abuelo estuviera feliz era suficientemente remunerador para ella.
Fue durante este período que la joven artesana conoció a su químico encantado, se enamoraron y se casaron. Vivían modestamente como todo matrimonio que apenas empieza pero muy felices. Pero el horario de la artesana no era el mismo que el del químico y como no tenían una apremiante necesidad de dinero se decidió a renunciar. No pudo ser más oportuno porque por ese tiempo el Abuelito cayó enfermo y tuvo que jubilarse y la Abuelita necesitaba apoyo en casa, así que su nuevo horario le permitió acompañarlos hasta la hora en que su Mamá salía del trabajo y volvía a casa, lo que coincidía con la hora de salida del Químico.
Así fueron pasando los días muy felizmente para la artesana: las mañanas transcurrían entre escuchar anécdotas de los tres abuelos, ver viejas películas de Pedro Infante, Jorge Negrete y Tony Aguilar, preparar las comidas y hacer cositas en la tiendita mientras pasaba horas y horas charlando con el querido tío-abuelo de todo un poco y por las tardes, ya que su esposo salía del trabajo iban a visitar a sus suegros. En la casita arreglaban su primoroso jardín, armaban rompecabezas y soñaban juntos los mismo sueños. Y los fines de semana los pasaban haciendo trabajo voluntario hombro a hombro.
Al cabo de dos años de matrimonio llegó el primer hijito. Fue emocionante para las dos familias: En la de la artesana era no sólo su primer hijo, sino también el primer nieto y el primer bisnieto. Los padres del químico sí tenían nietos pero sus otros tres hijos varones tenían una niña cada uno y los únicos nietos varones -tres- eran de su hija así que no llevaban el apellido de la familia, el nuevo bebé sería el primero.
El chiquitín era una fuente constante de alegría para sus bisabuelos y su tío-bisabuelo. Siempre risueño sobre el mostrador de la tienda era el tema de conversación del tío-bisabuelo y sus clientas: Nació con los ojos verdes de la artesana, quien hubiera querido que heredara los ojos azules del tío-abuelo, pero al cabo de un año le cambiaron a un castaño claro, por lo que el tío-abuelo bromeaba diciendo que no habíamos usado pintura de calidad.
Tenía el pequeñín un año cuando sus papás descubrieron que pronto tendría un hermanito que resultó ser su hermanita Maritere. Tristemente su llegada se vió empañada por un hecho muy lamentable...
continuará.